“Everyone must leave something
behind when he dies, my grandfather said.
A child, or a book or a painting or
a house or a wall build or a pair of shoes made.
Or a garden planted. Something your
hand touched some way so your soul has
somewhere to go when you die, and when
people look at that tree or that flower
you planted, you’re there. It doesn’t matterwhat you do, he said, so long as
you change something from the way it was before you touched it into something that’s like you after you take your hands away.
(Fahrenheit 451, Ray Bradbury)
Somos lo que leemos.
También somos lo que escribimos. La necesidad de crear, de perdurar en el tiempo, de sobrevivir a nuestra condición humana. La necesidad de ser a través de lo que hacemos, de lo que sentimos, de nuestras obras.
Seres de barro, seres de carne y hueso, que aspiramos, deseamos un alma o algo que nos trascienda, que permanezca más allá de nuestro tiempo. A Montag le dijeron: "Bienvenido de entre los muertos"; y, ciertamente, es la creación la que nos proporciona la victoria sobre la muerte física y espiritual; es la creación lo que nos resucita en la ordinaria vanidad de lo cotidiano; es la creación lo que nos mantiene vivos. El acto de crear encierra la inmortalidad: nos abandona, nos supera, excede nuestros límites físicos.
Somos lo que leemos y lo que creamos; somos lo que escribimos. Y si he sido alguna vez, si he perdurado en algún instante, si he estado vivo, mi vida ha quedado registrada en cada uno de mis textos, huellas vitales, propias y ajenas, lejanas, duraderas. De ahí la necesidad de hacer, crear, escribir este blog, para recopilar en él mis escritos, y, de alguna manera, para recrear en él mi vida. Textos que son pedazos, no se ya si de mí mismo. Acaso textos que me sobrevivan y, como a Montag, me recuerden que alguna vez pude escapar de entre los muertos.