22/6/09

Los fantasmas del pasado



En el fondo de un cajón, con las pruebas de imprenta de El dolor de los almendros, he encontrado una vieja revista de la asociación de vecinos fechada en junio-julio de 1995. Indagando entre sus hojas, he descubierto, para mi sorpresa, el cuento con el que gané el concurso literario que se celebraba por motivo de las fiestas del barrio. Dos años antes, había conseguido el accesit; el año anterior, se había declarado desierto por falta de calidad en los trabajos (yo presenté un cuento experimental basado en mis indagaciones sobre las culturas nativas norteamericanas). A la tercera, conseguí ganar, con 21 años, el anhelado premio. Y no hubo más, porque este fue el último concurso. Poco después, las fiestas se extinguieron...

Era por esta época. Acaso el último fin de semana de junio... Y muchas sensaciones, asociadas a recuerdos fugaces, recónditos, casi olvidados, me alcanzan. Noches de verano llegando tarde a casa, aguardando los fuegos artificiales, montando en los coches de choque, cenando bocadillos, bailando bajo la insoportable música de la orquesta (yo sólo mirando, pues no he bailado nunca), escuchando a los incipientes grupos del barrio (Los porretas, jovencísimos, tocaban el alguna de aquellas fiestas), perdiéndome por por el parque para saciar las ansias prematuras de los primeros amores. Aquellos recuerdos forman parte de mi pasado, de mi historia, de lo que soy ahora.

Ya entonces comenzaba a sumergirme en el mundo de las letras, de las palabras, de los significados... Del laberinto que ha conformado lo que soy ahora... Aunque no sé qué queda de lo que fui entonces.

Dolores placenteros del tiempo perdido... Y yo, aquí y ahora, en el ahora sin retorno, he recordado y he copiado para vosotr@s aquel relato de la revista, El crepúsculo morado. Os lo ofrezco como un sacrificio a los fantasmas del pasado. Ellos también se perderán conmigo en las arenas del tiempo, el las profundas mareas del olvido.


No hay una sola cosa que el olvido no borre
o que la memoria no altere.
Jorge Luis Borges, El hacedor