25/2/11

La amenaza zombi




Hace ya tiempo que venimos asistiendo a un predecible renacimiento del fenómeno zombi. Películas, videojuegos, incluso aclamadas series de televisión emitidas en horario de máxima audiencia nos revelan que los muertos vivientes han abandonado definitivamente la serie B para invadir el espacio sociocultural de manera alarmante.

Me he referido a esta invasión como renacimiento, no obstante, los zombis nunca nos han abandonado. La tradición esotérica de la cultura popular ya los manifiesta desde tiempos inmemoriales; sin embargo, es interesante observar cómo se ha ido conformando unas características concretas desde el s. XIX, es decir con los modelos literarios que tienen antecedentes directos en las obras de Mary Shelley, Allan Poe o Ambrose Bierce. Esos inicios no son casuales, porque es a partir de la revolución industrial cuando asistimos a la configuración del hombre y la mujer modernos. El zombi como fenómeno cultural está íntimamente ligado, por un lado, al desarrollo de una economía capitalista por un lado; por otro, al crecimiento de una cultura de masas.

Es interesante observar cómo desde el siglo XIX hasta la actualidad, las transformaciones paulatinas que ha sufrido el estereotipo del zombi se relacionan directamente con las transformaciones sociales (sirva de ejemplo la profanación cinematográfica del mito prometeico que toma como referencia el Frankenstein de Mary Shelley). En este sentido, el auge que se observa en la actualidad es cómodamente interpretable desde un análisis sociopolítico. Al analizar las características atribuibles a los zombis, se descubre con asombro ciertas semejanzas con el individuo (homo politicus) que puebla las sociedades occidentales: la alienación extrema que implica una ausencia total de motivaciones políticas y sociales; la incapacidad de exceder la satisfacción producida por las necesidades básicas; la pérdida de una conciencia comunitaria en contrapartida con una actitud masiva descontrolada; la escasa inteligencia; el recurso de la violencia para solucionar los problemas; el riesgo pandémico de contagio; etc. Todo lleva a pensar que la característica determinante de estos muertos en vida (u homines politici) es la absoluta enajenación de su voluntad, que queda dominada por una entidad superior que los domina y controla; si bien ésta puede ser tan invisible o abstracta que quede oculta a sus propios ojos (y a los del espectador o espectadora).

Llegados a este punto, sólo hay que apartar los aspectos más superficiales para que las analogías entre el zombi y el ser humano moderno se tornen evidencias. La anestesia política, la ausencia de conciencia comunitaria, el consumismo desenfrenado, el recurso de la violencia justificada y justificable, la ausencia de una inteligencia crítica, las actitudes masificadas,... Sean solo una muestra de significativas semejanzas. Esto explica el apogeo del fenómeno zombi en la actualidad, pues el consumidor se ve reflejado inconscientemente en esos seres aborrecibles que se encuentran en el límite de la vida y la muerte. La empatía que se siente hacia los protagonistas que se enfrentan  o luchan por escapar de esta enajenación generalizada es el ansia inconsciente de abandonar este estado de enajenación colectiva.

Los zombis están de moda. Sin embargo, ya no son una amenaza; son una realidad; somos nosotras y nosotros. Nos han convertido y nos siguen convirtiendo en zombis. Si no hacemos nada, si no adquirimos una conciencia común que nos haga creer en nuestra fuerza colectiva y en la necesidad de crear un mundo distinto, nos seguirán convirtiendo en zombis. Somos esclavos y esclavas del consumo y del entretenimiento. Somos esclavas y esclavos de nuestras necesidades, necesidades innecesarias e inducidas. Nos han cegado  cegados con las ilusiones necesarias que mantienen el sistema de injusticia vigente. En nosotros y nosotras, aún sin saberlo, reside una anhelante voluntad de cambio.

Somos cada vez más zombis y pronto seremos conscientes de nuestra fuerza.


Si hay alguna esperanza, está en los proles.
 George Orwell, 1984